Por amor a… las feas, las pelirrojas, la Pavlova y, sobre todo, Jack Palance

Una vez un buen amigo mío me dijo que a mí me gustaban y me gustan las feas. Yo aún diría más. Me gustan las mujeres feas (podría poner muchos ejemplos, y lo haré luego) y los hombres guapos, como Robert Redford (el de Glasgow o el de California, el que ustedes elijan, pero Glasgow me pilla más cerca).

Mi amigo, que es un fulano taimado, me ataca por ese flanco. No tiene piedad. Es un impío. Debería escuchar alguna vez esa bella canción que se titula «Sisters of Mercy» (Grande, Leonard, Grande).

¿Qué feas me gustan o me han gustado? Según él, todas. Desde Bette Davis hasta Chewbacca, pasando por Jean Harlow (su preferida, aunque lo niegue) y dejando en la cuneta a Joan Crawford (una pelirroja, cómo no). A la que no podrá despreciar es a Maureen O’Hara, irlandesa y pelirroja. Confieso abiertamente que siempre ha estado en un segundo plano para mí. Probablemente porque era guapa, sí.

Pero, ¿qué pinta la Pavlova (la gimnasta) en todo esto? ¿qué pinta una señorita rusa en todo este tinglado? Pues muy sencillo. Es fea y pelirroja. Pero me encanta. Y mi alma a turbar alcanza.

¡Y qué decir de Jack Palance! Porque éste no era pelirrojo. Pero era feo. Y, además, le gustaban las pelirrojas; como pone de manifiesto en ese diálogo con Billy Crystral en «Cowboys de ciudad».

Jack Palance: «¿La chica es pelirroja?».

Billy Crystal: «¿Y eso qué más da?».

Jack Palance: «Es que me gustan las pelirrojas».

Éste sí que era un crack, ¿verdad, Shane?

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